jueves, 8 de marzo de 2007

En el día de la mujer...

Hoy 8 de marzo el mundo voltea sus ojos, aunque sea por un instante, a la mujer. Medios de comunicación, cuñas publicitarias, condecoraciones y festejos se multiplican a lo largo y ancho del mundo occidental (no conozco muy bien la cultura oriental), haciéndonos a todos uno solo en el abrazo extendido a la mujer. Los celulares no se detienen, el mercado de las flores responde al aumento de la demanda y el mismo ramo de siempre pasa de 5000 a 10000 pesos en un abrir y cerrar de ojos. Los hombres hoy nos olvidamos del afán, abrimos las puertas de los carros, dejamos pasar primero e incluso en transmilenio más de un asiento será cedido para una miembro del mal llamado sexo débil.

Aprovecho entonces también para bajar un poco las revoluciones de un día cualquiera para tomar, como mi padre lo hace desde diez años atrás, la bella tradición de escribirle a las mujeres en su día. Él lo hace para mi mamá y mi abuela, yo tengo la fortuna de hacerlo para 5 diferentes mujeres: Margarita, Dianny, Idaly, Beatriz y María. Hoy comparto con ustedes que hace poco perdí la presencia terrenal de una de ellas, mi abuelita Beatriz.

La partida de un ser querido, tan allegado como mi abuelita, me ayudó a reflexionar sobre el valor de lo que tengo, lo que hago y dejo de hacer, ¿cuánto amor demostré?, ¿cuántas veces la acompañé?, ¿cómo debía recordarla?. Y pese a que la carga ya fuera suficientemente pesada para ellas, nunca faltó de Margarita o mi Mamá una voz de aliento, un abrazo fuerte o un beso de calma. Por estos detalles y más es que no dejo de admirar a mis mujeres.

Mi abuela Idaly se levantó entre los problemas de una familia política celosa a su existencia y entre su alegría y sus bailes ha llegado a tomarse por completo esta época como si fuera suya, levantando con fuerza y decisión una gran familia. Mi abuelita Beatriz, con más silencios, pero no menos alegrías, logró quedar en mi memoria como vivo ejemplo del amor y la paciencia. Hoy no puedo dudar de la gran bendición que recibo por sus vidas, en mi vida.

Las manos que me han criado fueron pasando entre mujeres, mi abuelita Idaly me recogía en mi jardín y jugábamos en los andenes de Pasadena, me enseñó a comer ahuyama y a venerar las brevas, de ella me robé decir lo que pienso y pelear por lo que creo. En mi infancia tuve muchas mujeres, demasiadas, aparte de mis 5 tuve a mi bisabuela y mis tias abuelas: Carlota, Judith, Ruth y Elena –las dos últimas aún me acompañan-, todas aguantando un niño en casa grande, entre pequeños tintos y saltos con el metro de madera tuve una deliciosa niñez.

Las manos femeninas siempre velaron por mi. A mi mamá, la consejera y amiga fiel, aún le debo cualquier lagrima que por mi haya derramado. Aún le debo la vida que me dio y me sigue dando, su ejemplo de entrega y aceptación del otro, la forma como puede alegrar una tarde oscura, la eterna compañera para una cita en el cine. Me robo de ella su amor a la familia y su pareja, su interesante forma de ver la vida y, por sobre todas las cosas, su perseverancia en ver que nosotros, sus hijos, sigamos su buen camino.

Ahora me encuentro en unas tiernas manos vallenatas, ya educado, Margarita se hace ahora cargo, toma parte. Debe pulirme y mejorarme, enmendar lo que mi terquedad y orgullo dan por inamovible. Confío en su sabiduría pues hasta hoy todo lo ha hecho de manera impecable, lo dejó como una confidencia –quiere que mejore para mi bien-.

Cuando veo hacia atrás encuentro, en las sendas recorridas, que mi alegría es fruto de alguna de mis 5 mujeres. Solo alguien tan superior como ellas, puede dar parte de sí para la creación de la vida, solo alguien como ellas puede pensar en el otro antes de pensar en si mismas, cuando pienso en le egoísmo implícito del ser humano, sé en el fondo que una mujer podría romper este principio básico.

Cómo entender lo que me hace débil frente a ellas, lo que me descubre como un ser vulnerable que necesita de sus brazos, su cariño y su voz. Cómo enfrentar que siendo adulto, aún soy un niño frente a cualquiera de mis 5 mujeres. Cómo no dejar toda mi vida en las cuidadosas manos de ellas.

A mis 5 mujeres: el más grande de los besos, el más cariñoso de los abrazos, toda mi fe y amor.

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